Cuando la euforia de la primera etapa del amor comienza a aplacarse, las parejas suelen experimentar una especie de bache en la relación en el que los desacuerdos y las dudas están a la orden del día. La clave para afrontar esta etapa es reconocer lo que se está sintiendo y aprovechar las desavenencias para fortalecerse individualmente y como pareja.
Luego de besar tantos sapos, al fin, conseguiste a tu hombre ideal. Todo lo que hace te parece hecho a tu medida. Sus chistes te desternillan, sus retos personales te emocionan, sus problemas te conmueven, cuentas los minutos para estar juntos, porque así, el mundo es perfecto. Mientras las mariposas revolotean placenteramente en tu interior, cada beso te eleva dos centímetros del suelo y sus abrazos se convierten en tu lugar seguro. Lo mejor de todo: él siente exactamente lo mismo. En medio de este sabrosísimo torbellino emocional, deciden formalizar la relación, sea a través del matrimonio o sea compartiendo techo, cama y mesa.
Esta primera etapa del amor o luna de miel se caracteriza por una euforia que es funcional y protectora, porque ayuda a las parejas a sobrellevar los retos de la convivencia, al establecimiento de rutinas y a configurar la vida en común de una manera tolerante, flexible y pletórica de risas. Es tan placentera que algunos investigadores la han comparado con los estados de excitación que provocan ciertas drogas. Pero, aunque es fundamental, es pasajera. Al pasar los años, la ebullición cede y comienza una etapa de retos más complejos. Suele coincidir con la llegada de los hijos, con mayores exigencias profesionales y con la consolidación del ser humano como adulto. Por eso, es común que surjan discusiones, diferencias, choque de egos y dudas acerca de lo acertado que fue la decisión de unir tu vida a ese ser que ahora te parece tan desconocido.
En el campo minado
La psicoterapeuta especialista en parejas, Leonor Andrade, sigue la corriente psicológica de Gestalt y explica que en la segunda etapa del amor de pareja los miembros comienzan a mirarse como seres autónomos, ya no están en confluencia como si fuera un solo ser. Ya no ven a esa persona perfecta, sino que comienzan a darse cuenta de que su pareja es un ser humano con virtudes y fortalezas, pero también con algunos aspectos negativos que le disgustan. Esto trae como consecuencia que se comiencen a tratar temas que no se veían o se reprimían por miedo a la discusión y al conflicto.
Según la especialista, en esta etapa cada miembro de la pareja se convierte en el espejo del otro, de manera que lo desagradable que se observa en el otro es realmente la imagen de sí mismos. Es por esto que uno de los retos de este período es darse cuenta de esto y aceptar que no solo él ha dejado de ser un príncipe azul, sino que nosotras, probablemente, también hemos adoptado algunas actitudes de bruja malvada. Otro de los retos, y quizá el más crucial, es o bien quedarse en la relación o bien huir ante tanto disgusto.
Aunque la convivencia se ha tornado tensa y surge el miedo de que cada conversación termine en una acalorada discusión, Andrade plantea que de esta etapa puede surgir un crecimiento individual y de pareja. Es el momento de darse cuenta del deseo real, que va más allá del apasionamiento, y sentar las bases de la relación. La pareja tiene la oportunidad de aprender a mostrar y distinguir la individualidad y diferencias entre ambos para encontrar formas de llegar a acuerdos, establecer planes y respaldar al otro tal como es y no como se creía que era.
Agradecemos a Jiancarlos Bustillos
Fuente: http://bit.ly/1gLAuWp






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