martes, 19 de agosto de 2014

¡Da el primer paso!

Es más sencillo de lo que suena. Para que la generosidad surja debemos ser amables con nosotros mismos. Cuidar nuestros espacios, conocer nuestras limitaciones, reconocer nuestras virtudes y cultivar nuestro espíritu, pueden ser los primeros objetivos.


Marina Tirado, Monja Zen y directora del Centro Zen Bodai Shin, considera que la generosidad brota naturalmente cuando la persona logra amarse a sí misma incondicionalmente. La meditación, una de las prácticas del Budismo -filosofía que tiene como fin la transformación personal para el desarrollo de la consciencia, la bondad y la sabiduría- pretende dirigir el foco de la persona hacia sí misma y el efecto que sus acciones y sentimientos tienen sobre los demás.


Al meditar se envía amor incondicional hacia uno mismo al tiempo que se va irradiando hacia las personas más cercanas, hasta llegar, incluso, a nuestros enemigos. Según la especialista, el estar atento a nuestras acciones reduce el daño que se puede hacer a los demás, lo que implica, de por sí, un acto bastante amable. La idea no es desaparecer los sentimientos negativos, sino transformarlos en terreno fértil para que surjan virtudes como la compasión, la paciencia y la empatía. La intención de ser mejor es capaz de cambiar la vida de una persona y, por lo tanto, de cambiar al mundo, dado que al llenar el alma de cosas buenas, eso es lo que se derramará por el camino.


De acuerdo con esto -pero desde el punto de vista de la ciencia- Katerina Rojas, miembro de la Sociedad Venezolana de Psicología Positiva, comenta que el acto de generosidad lleva implícito el amor y el sobrecogimiento como emociones positivas que endulzan la posibilidad de dar y procurar felicidad, aunque sea por un instante, a otro ser humano. Para que esto sea posible es necesario que exista empatía, que es la capacidad de ponerse en el lugar del otro.


El sistema de las neuronas espejo, descubierto por el neurobiólogo italiano Giacomo Rizzolatti, parece ser el encargado de identificar las emociones del otro y vivirlas como si fueran propias, y aunque no se tenga muy desarrollado naturalmente, según Rojas, un contexto familiar nutritivo o la sola decisión de querer ser más empático pueden activar las conexiones necesarias para que las neuronas espejo hagan su trabajo.


La bondad no solo descansa sobre la empatía y la compasión, de hecho, es una demostración de humildad y, tal como afirma Rojas, no se mide por lo que pueda costar, sino que se mide por el impacto positivo que puede generar en los demás. Tirado, por su parte, enfatiza que en un auténtico acto de bondad, la mente debe ubicarse en el lugar del otro, alejarse del cálculo frío y de la intención de provecho propio, porque imprime negatividad a la acción generosa, a lo que Rojas añade “si se da para recibir algo a cambio, ya no se estaría hablando de generosidad, sino de un simple intercambio”.


Ambas especialistas están de acuerdo con el hecho que dar no es sinónimo de pérdida o sacrificio, porque proviene del amor y del placer que genera hacer feliz a otra persona.




Agradecemos a Jiancarlos Bustillos

Fuente: http://bit.ly/1gLAuWp

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