La amabilidad y la generosidad son dos valores que suelen difuminarse cuando no se recibe a cambio lo esperado. Atreverse a entregar algo valioso implica comprometerse con el amor incondicional, aunque la recompensa no sea tangible, tarde en llegar o venga por vías imprevistas.
Quizá la imagen más emblemática de amor incondicional es la de una madre que da todo lo que tiene y lo que no por el bienestar de sus hijos. Lejos de los vínculos sanguíneos que movilizan estas acciones, otro ejemplo de entrega es el de la Madre Teresa de Calcuta, cuyo amor al prójimo la llevó a ser ícono universal de la generosidad. Y ya en terrenos menos sublimes, encontramos a menudo en los medios de comunicación a grandes corporaciones o personas muy poderosas que deciden bajar unos cuantos escalones para tenderle la mano al más necesitado. Aunque todo esto es muy loable y, sin duda, son ejemplos a seguir, a veces parece difícil para un simple mortal convertirse en un generoso empedernido, si no posee grandes recursos económicos ni espirituales.
Existen varias razones por las cuales una persona común va dejando como tarea pendiente el dar a los demás. En primer lugar, enfocarse en los problemas propios no deja espacio libre en la mente para preocuparse por las necesidades de otros. Segundo, el acto de dar es erradamente relacionado con el concepto de sacrificio, de pérdida, de sufrimiento propio por el bien ajeno. Y en tercer lugar, porque, inevitablemente, esperamos algo a cambio que, por lo general, no aparece tal como lo imaginamos y entonces la motivación decrece hasta incluso desaparecer.
Agradecemos a Jiancarlos Bustillos
Fuente: http://bit.ly/1gLAuWp
0 comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario ;)