martes, 1 de abril de 2014

Tiempos ansiosos

Convulsos, agitados, estresantes… Perfecto escenario para caer presos de angustias, tan reales como imaginarias. La ansiedad es un mecanismo de defensa frente al peligro, pero solo cuando se presenta de forma justificada y no paralizante. De lo contrario, cuando actúa en contra de nosotros mismos, estamos hablando de un trastorno, uno muy afín a estos tiempos modernos.


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Los problemas laborales, económicos y sociales son algunas de las preocupaciones que rumiamos, día y noche, hasta el desasosiego. Sin embargo, ni la crisis ni la desazón son exclusividad de este siglo y ni siquiera de este milenio. Hasta nuestro ancestro cromañón experimentó dificultades y penurias. Incluso unas mucho peores considerando que debía enfrentarse a feroces depredadores para poder alimentarse. Le resultaba más que útil este conjunto de respuestas fisiológicas y emocionales que conocemos como ansiedad. Aunque poco placentera, esta reacción natural y adaptativa del organismo tiene como finalidad mantenernos vivos. Cuando nos encontramos ante una situación límite o de amenaza a la supervivencia, el sistema nervioso se encarga de marchar alertas y una serie de reacciones físicas que nos preparan para seguir nuestros instintos de luchar o huir. Si bien los síntomas vienen siendo los mismos desde la prehistoria —pulso acelerado, tensión elevada, sentidos agudizados, entre otros—, ante esta disyuntiva de “hacer o morir”, es difícil imaginarse al hombre primitivo víctima del pánico que le ocasionaba sus propios pensamientos.


Cuando el hombre sale de las cavernas cuenta con más tiempo y raciocinio para internarse en los oscuros recovecos de la mente. Es pues, en las sociedades avanzadas donde esta característica innata se transforma en algo crónico y enfermizo. Ya el combate con animales salvajes no es una prioridad, pero el peligro nos sigue acechando y a veces lo hace en forma de acciones cotidianas e incluso inofensivas —como salir a la calle o hablar con desconocidos.


En 1895, Sigmund Freud fue el primero en mencionar la “neurosis de ansiedad”, identificando dos formas: una de ellas relacionada con la libido y la otra con sentimientos reprimidos. En 1926, Freud reformuló su teoría considerando que tanto la externa y real, como la interna y neurótica estaban sujetas a situaciones de riesgo. A finales del siglo XIX las condiciones y la sintomatología fueron estudiadas a profundidad por la psiquiatría y se le acuñó como “Trastorno de Ansiedad Generalizada” (TAG), término que habla de un temor vago y difuso, sin razón aparente, basado en la expectación del desenlace más terrible.


Palpitaciones, náuseas, mareo, sudoración fría, vacío en el estómago, falta de aire, temblores, nerviosismo incontrolable… Pero sobre todo miedo, del tipo que recorre el espinazo, apoderándose del cuerpo y la mente inquieta de quien espera por la muerte. Esto es lo que se siente. Y por allí comienza a hablar el psicoterapeuta Álvaro Rincón. “El miedo es una emoción indispensable, que nos previene y nos llena de energía para actuar frente a una situación determinada. No obstante, cuando se exacerba revierte su finalidad y el comportamiento del individuo, es decir, causa parálisis, generando más problemas de los que soluciona”, aclara el Rincón.




Agradecemos a eys

Fuente: http://bit.ly/1gLAuWp

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