Autoexigencia: la importancia de ser tolerante y amable con una misma
En esta sección ya hemos hablado sobre cómo la multitarea nos desborda. También hemos prestado atención a la baja tolerancia que tenemos al aburrimiento, relacionada con nuestra ansia de hacer. Sabemos que nuestro entorno es, más que demandante, muy exigente. Sin embargo, lo que a veces olvidamos es que el entorno es así porque nosotros también lo somos.
Nuestro estilo de vida, nuestros hábitos, nuestro trabajo, nuestras ocupaciones diversas, no son un ente abstracto que nos haya atrapado en una tela de araña de exigencias. ¿Te has fijado en cómo lo he dicho? Nuestro, nuestros, nuestro… El entorno en el que vivimos no es algo ajeno a nosotros, sino que somos parte activa en él. Es cierto: cuando llegamos, la vida ya era así, pero nosotros seguimos alimentando al monstruo.
¿Cómo? Con nuestra autoexigencia, nuestro propio estándar de excelencia, el listón que nos marcamos para responder a lo que se espera de nosotros… Y a lo que esperamos de nosotros mismos.
A veces también te das cuenta de que esto no te gusta: cuando notas que te abruma, que no llegas, cuando te sientes inadecuada porque no respondes a la expectativa ajena y a la propia. La exigencia del entorno tiene ese punto ambivalente que nos hace pensar que esa dinámica no nos va bien pero que tenemos que correr esa carrera sin fin para poder sobrevivir.
Está muy bien que sepas cuándo tu vida es excesiva para ti. Pero también conviene que te des cuenta de que la vida que te rodea es tu vida: tú eres la protagonista y seguro que hay algo que puedes hacer para rebajar ese ritmo frenético. Observa qué cosas te exiges, qué sentido tienen en tu vida y si el coste que pagas por alcanzarlas te compensa.
No importa si trabajas, estudias, estás en el paro o jubilada o cualquier cosa que hagas en tu vida. ¿Qué te estás exigiendo? ¿Es demasiado? ¿Está a tu alcance? Date cuenta del matiz que hay entre pedir y exigir, entre marcarte metas e imponértelas. Pedirte cosas es intentar superarte de una manera amable, tratando de discernir si tus capacidades están a la altura de la petición.
Puedes pedirte a ti misma mejorar tu nivel de inglés y examinar con calma para qué quieres hacerlo y con qué recursos cuentas para ello. Incluso puedes acabar decidiendo que ahora no es el momento o que, aunque al principio querías alcanzar en pocas semanas un alto nivel de inglés, has advertido que, dadas las circunstancias, ahora eso es excesivo para ti y tienes que rebajar tu expectativa. Lamentas el hecho de que dentro de unas semanas no tendrás un nivel avanzado de inglés pero también sientes que debes ser realista con la situación.
También puede suceder que un pensamiento martillee tu cabeza: “Tienes que adquirir un nivel avanzado de inglés en los próximos dos meses o serás considerada una incompetente, o alguien ocioso que no aprovecha su tiempo en algo útil”. ¿Suena diferente? El segundo ejemplo es una exigencia bastante alta, imperativa, en el sentido de que se impone sobre tus necesidades y no tiene en cuenta el contexto, el resto de cosas que ya haces o que tendrás que hacer. Va acompañada de un juicio negativo sobre ti misma y a su alrededor planea la sombra de la culpabilidad.
La autoexigencia, sobre todo cuando es muy elevada, tiene que ver con todas esas expectativas sobre ti misma que se alejan de una visión realista de lo que puedes alcanzar. Dicho de otro modo: te estás pasando porque no toleras tu imperfección. No importa, es normal, recuerda que vives en un entorno que te exige perfección y tú quieres responder a esa demanda para no quedar fuera de la partida.
Te ayudará parar esa inercia en la que te has convencido a ti misma de que tienes que ser la mejor en millones de cosas y, luego, reflexionar sobre los siguientes puntos: ¿realmente necesito sacarme el advanced ahora, es algo que me hace falta, o es solo una exigencia de mi parte más narcisista, que quiere tener más y más? ¿Realmente es tan grave que la cena que preparé para mis amigos saliera un poco deslucida porque tuve que salir de trabajar más tarde de lo esperado? Y, muy importante, ¿de qué tengo miedo? Si no respondo a todas esas obligaciones impuestas desde fuera y desde dentro, ¿cuál es esa cosa terrible que la gente puede pensar de mí o que yo puedo pensar de mí misma?
Recuerda: si te pides algo, hazlo con amabilidad. Date un respiro, pon en tela de juicio tus decisiones y reformula tus necesidades, aunque luego llegues a las mismas conclusiones. Eso no es ser incompetente ni inmadura, sino flexible y, mucho más importante, tolerante con la persona que eres.
Rafael San Román es licenciado en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, terapeuta especializado en counselling y terapias de tercera generación, formador en talleres sobre duelo y pérdidas y autor del blog Psicoduelo.
Imágenes:todosalcedo/cambiodevision
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